Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1582
Legislatura: 1894-1895 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 7 de diciembre de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 23, 584-586
Tema: Respuesta al discurso del Sr. Salmerón sobre el estado de las colonias y la Monarquía

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Dos partes, Sres. Diputados, ha tenido el discurso del Sr. Salmerón: la primera dedicada a exponer sus opiniones acerca de las colonias y a afirmar las que expuso hace veintidós años en el Congreso de los Sres. Diputados, sin que entonces, según ha dicho S. S., promovieran sus opiniones dificultad ni tumulto alguno en el Congreso, y , maravillábase S. S. de que lo que hace veintidós años no ocurrió en el Congreso cuando S. S. expuso sus opiniones, haya ocurrido ahora en esta Cámara, atribuyéndolo a la flaqueza, a la debilidad, a la falta de energía que se observa en este país tan enteco desde la Restauración acá. No sé cómo S. S. deduce esas consecuencias, porque lo que parece natural es que se deduzcan las contrarias, puesto que si en el sentimiento del país está el conservar aquellos pedazos queridos de la Patria, lo raro es que hace veintidós años no sucediera lo que ha sucedido ahora.

¿Qué debilidad, qué falta de energía representa el que los Diputados de la Nación se alarmen al oír que pueden un día perderse aquellas provincias que consideran como hermanas de las demás de la Península? Lo raro es la pasividad de un Congreso al oír opiniones como las de S. S. Pero es que, además, desde que S. S. expuso esas opiniones hasta ahora, han ocurrido sucesos y han pasado cosas que ligan más y más a aquellas queridas y lejanas provincias a la metrópoli; es que, después de exponer S. S. sus opiniones, se ha derramado mucha sangre, se han invertido muchos tesoros en aquella isla, se han llevado allí las libertades y la Constitución, y se ha abolido la esclavitud. ¿Le parece a S. S. poco para que no alarme ahora lo que entonces no alarmó? No atribuya, pues, a flaqueza lo que es natural y lógico en un pueblo viril, en un pueblo que tiene esas energías que S. S. echa de menos en el pueblo español sin duda por la falta de energía que siente a su alrededor. Su señoría está en esto, como en muchas cosas, fuera de la realidad, porque en las Cámaras hay cosas que no pueden mixtificarse porque en las Asambleas políticas no se puede fácilmente falsificar el sentido político del país. Entonces pasó lo que pasó.

Yo no me lo explico, yo no estaba en aquel Congreso; no sé por qué pasó, pero declaro que lo que ha ocurrido ahora, no sólo ha podido, sino que ha debido ocurrir en honor de la justicia de los representantes del país.

Vamos a la otra parte del discurso de S. S. porque quiero ser breve; no quiero contribuir a alargar el debate. Yo no he atacado a S. S. por sus inconsecuencias, sino porque no puede tolerarse que nade, llámese como se llame, se arrogue la representación de la conciencia pública, y considerándose inmaculado penetre en el sagrado de las conciencias de los demás para condenar su conducta, como magistrado supremo, inspirado en el apasionamiento, y para juzgar y condenar lo mismo que hace quien de tal modo procede. De manera que yo no he traído aquí las inconsecuencias de S. S. sino para formular este argumento: si S. S. ha sido inconsecuente en todo, ¿por qué considera como delito y como falta de virtud la inconsecuencia de los demás? Yo no podía atacar a S. S. porque en ciertas y determinadas cuestiones haya variado de opinión, pues lo raro sería que no lo hubiera hecho. Se habla mucho de la inconsecuencia de los hombres, sin atender a que no son los hombres los que varían, en general, sino que son los tiempos, son las circunstancias, son las condiciones de la vida, es la atmósfera en que se vive; y cuando todo esto cambia, claro es que el hombre tiene que variar, porque no ha de quedar como piedra miliar en el camino de los tiempos.

Por eso yo no he hecho argumento alguno contra S. S. por sus inconsecuencias; pero S. S., que ha sido tan inconsecuente dentro de la República (porque S. S., no sólo ha sido monárquico, no digo que sin alguna afición a la República, sino que ha sido también republicano con aficiones a la Monarquía, y dentro de la República ha sido primero republicano federal, y luego republicano unitario, entre cuyas formas de gobierno, la republicana federal y la republicana unitaria, hay tanta diferencia, si no más, que entre la República unitaria y la Monarquía. Por variar, ha variado hasta en la ciencia, y aquello a que se dedica más preferentemente su inteligencia también lo ha abandonado. (El Sr. Salmerón: ¿He tenido el honor de que siga S. S. mis cursos de metafísica?) En gran parte. (Risas.)

Pues bien, Sr. Salmerón, del summum de la metafísica, que es el krausismo, ha pasado S. S. a la negación de la metafísica, que es el positivismo. (Risas y prolongados aplausos en la mayoría y en los bancos de la minoría conservadora.) De manera que S. S. ha cambiado en todo, absolutamente en todo; y lo único que siento es que insista S. S. en sus opiniones respecto al punto de las provincias de Ultramar, que es en lo que debía de haber cambiado más prin- [584] cipalmente; pero en eso tan perjudicial a la Patria, en eso tan contrario al patriotismo, es en lo único en que S. S. no sólo ha sido consecuente, sino que se ha obstinado en serlo con una tenacidad digna de mejor causa.

¿Y cómo disculpa el Sr. Salmerón sus ideas medio republicanas, medio monárquicas? Con la lectura de un manifiesto. Ya lo han oído los Sres. Diputados.

Claro está que para este debate, al cual no quería yo darle la amplitud que, por lo visto, quieren darle otros, no he traído arma ninguna; pero tengo algo de memoria, y recuerdo, ya que ha hablado S. S. de su elección, que por aquel tiempo vi yo en las esquinas un gran anuncio electoral en papel encarnado; era la candidatura del Sr. Salmerón, que en síntesis decía lo siguiente: " Los electores que quieran instaurar los derechos individuales bajo cualquier forma de gobierno, que me voten." (Risas. El Sr. Salmerón: Absolutamente inexacto.) Lo traeré, pero al fin y al cabo está conforme con el manifiesto que ha leído S. S. (Risas) porque la tesis del manifiesto es ésa.

Ya lo han oído los Sres. Diputados, y S. S. es muy injusto al creer que no salió Diputado porque yo manejé el manubrio electoral; no, no salió S. S. Diputado por el manifiesto (Nuevas risas) porque S. S. era monárquico, y ya habéis visto, señores, qué Monarquía era la del Sr. Salmerón. Y me preguntaba a mí, con gracia:"¿Qué le parece al Sr. Sagasta de esta Monarquía?." ¿Quiere S. S. que se lo diga.? (El Sr. Salmerón: Bien. ¡Tantas cosas dice S. S.!) Pues si no se tratara de S. S., diría yo que esa Monarquía no puede ser más que la Monarquía de un loco. (Grandes risas.)

¿Quién había de votar al Sr. Salmerón, exponiendo S. S. sus ideas en aquella forma?

La situación en que S. S. se encontraba por aquellas ideas que en el manifiesto exponía, era parecida a la de un abogado que yo conocí en Madrid hace mucho tiempo. Este señor, que era un abogado muy distinguido, tenía una gran afición a la música, y sobre todo a la guitarra, y llegó a poseer muy bien ese instrumento. Pero estaba el hombre tan entusiasmado con la guitarra y con la abogacía, que le disgustaba que sus amigos le alabaran por una de sus dos habilidades y no le alabaran al mismo tiempo por la otra, y cuando alguno le aplaudía por una de las dos cosas, como buen abogado o como buen guitarrista, él, con tono de reproche solía contestar: -No. no es eso; los amigos que me tratan y que me han oído tocar la guitarra y me han visto defender pleitos, dudan si soy un gran abogado aficionado a la guitarra, o un gran guitarrista aficionado a la abogacía. (Grandes risas.)

Pues bien; ¿Qué le sucedió al Sr. Salmerón, monárquico con aficiones a la República, como habéis visto por el manifiesto, y republicano con aficiones a la Monarquía? Pues le sucedió que los monárquicos le creían republicano, y los republicanos le creían monárquico, y ni monárquicos ni republicanos le quisieron votar. (Grandes risas.)

Por eso, Sr. Salmerón, no salió S. S. Diputado; no porque yo trabajara para impedir que S. S. saliera, no porque yo manejara el manubrio electoral, que nunca le he manejado ni en contra ni a favor de S. S. ni de nadie; y la prueba de que no lo manejé en aquella ocasión, es que el Sr. Orense nada menos reconoció la imparcialidad de aquellas elecciones.

Por cierto que en una reunión que hubo después de las elecciones, no recuerdo en qué teatro, creo que en el circo de Price, el Sr. Orense vituperó muchísimo el manifiesto del Sr. Salmerón porque no le creía, ni mucho menos, republicano porque le consideraba contrario a la República, y pidió explicaciones al Sr. Salmerón, y S. S. se las dio tan claras que el Sr. Orense dijo que no las comprendía. (Risas.)

Pues bien; el Marqués de Albaida, repito, declaró entonces que aquellas elecciones habían sido las más legales que se habían verificado en España. ¿Lo recuerda el Sr. Salmerón? ¡Y cuidado si el Marqués de Albaida era exigente y hasta intransigente en estos asuntos!. Pues así y todo, declaró que nada podía decirse en contra del Gobierno por aquellas elecciones porque habían sido las más libres que habían tenido lugar en España. (Aprobación.)

Su señoría pretende que yo no he contestado a los ataques que dirigió al Gobierno, y que en lugar de eso lo que he hecho ha sido atacar a S. S. Es verdad que no he contestado a muchos de los argumentos de S. S., y no porque me falte aptitud para hacerlo, a no ser que le haya perdido ya; porque durante mucho tiempo no me he ocupado en más asunto que en defender lo que S. S. ha atacado, en probar que dentro de la Monarquía está la democracia, como puede estar en cualquier otro país; que están asegurados los derechos individuales como pueden estarlo en cualquier otra Nación; que se realiza la libertad con tanta amplitud y con más desahogo que en otros países, lo mismo monárquicos que republicanos. Todo eso lo he demostrado en las discusiones que oportunamente he sostenido.

Ahora dice S. S.: ¡Ah! Es que las costumbres no son buenas, es que no se practica bien el sufragio universal, es que no se realiza bien la libertad. ¿Y qué culpa tiene de eso el Gobierno?

Vamos a dedicarnos todos a mejorar las costumbres, pero empezando por SS. SS., que no me parece que tienen grandes costumbres parlamentarias, según hemos visto en estos días. Empecemos por mejorarlas todos porque el Gobierno, por mucho interés que tenga en que las costumbres públicas progresen, si los partidos, incluso los extremos, no le ayudan, nada conseguirá, y por cierto que los que de esto se lamentan bien hacen cuando pueden todo aquello que está a su alcance para salir airosos, aunque sea contra la ley.

¿A qué, pues, había de volver a discutir con S. S. sobre las ventajas o los defectos que pueda tener al Constitución de 1876? ¿A qué entrar a discutir si dentro de la Constitución de 1876 pueden o no realizarse todos los principios de la democracia, cuando realmente se están realizando?

No me parecía a mí que el debate era oportuno, ni creía yo que era necesario volver a discutir lo que se ha discutido aquí lo menos en diez distintas ocasiones.

Por lo demás, si a S. S. le parece que podemos y debemos discutir puntos esenciales y concretos que interesen realmente al país, yo tendré mucho gusto [585] en discutirlos con S. S., aunque S. S. tenga muchísima aptitud de esa que a mí me falta. Alguna, sin embargo, he de tener, aunque no sea más que por la práctica, la experiencia y lo que haya podido aprender de S. S.

Y como no quiero? perdónenme los carlistas, que iba a concluir sin hacerme cargo del discurso pronunciado por el Sr. Mella. Voy a contestar a S. S. de una manera muy sencilla y muy breve. Muchas gracias, Sr. Mella, por haber confirmado cuanto yo dije en el día anterior al partido carlista porque precisamente lo que yo le decía al partido carlista era que debía hacer penitencia por los perjuicios que había traído al país, defendiendo su causa, enhorabuena, no digo que no, pero me parecía a mí que, después de lo ocurrido, estaba bien que los carlistas sintieran las desdichas que, a pesar suyo, con un noble propósito, defendiendo su causa, han producido a la Nación española.

¿Y qué me ha dicho S. S.? Que son consecuentes. Pues eso es lo que yo siento, que sean consecuentes; y lo han sido tanto, que, a pesar de haber sido los carlistas vencidos por los votos de la Nación y por la fuerza de las armas, han producido SS. SS. otra y otra guerra civil, hasta tres veces. (El Sr. Vázquez de Mella: Vendidos algunas veces, sí; vencidos, no.) Y eso es lo que yo lamentaba: que el partido carlista no cambiase de procedimiento. (El Sr. Sanz: Su señoría ha cambiado en el poder.) Yo he cambiado cuando lo he creído conveniente a los intereses de mi país. (El Sr. Sanz: Y nosotros no lo hemos creído conveniente aún.) Aún no han cambiado SS. SS. (El Sr. Sanz: ¿No ha habido movimientos armados en que S. S. ha tomado parte? ¿No se derramaba sangre en ellos? ¿Por qué acusarnos siempre de la sangre derramada a nosotros solos?) Tres guerras civiles, que han durado doce años. Doce años de discordias y guerras civiles son capaces de desangrar a la Nación más poderosa de la tierra. (El Sr. Vázquez de Mella: El 22 de Junio, ¿no se derramó sangre en las calles?.) ¿Pretendéis borrar la historia? Pues en la historia se consigna eso. (El Sr. Vázquez de Mella: ¿Me permite S. S. dos palabras nada más?) Yo no tengo nada que decir; porque, ¿es que vais a negar la guerra civil? (El Sr. Vázquez de Mella: No.) Pues la guerra civil debemos lamentarla todos, pero mucho más los que la han promovido. (El Sr. Vázquez de Mella: ¿Y quién tiene la culpa de la guerra civil, los que se defendieron defendiendo las tradiciones de la Patria, o los que la promovieron atacando las tradiciones?.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden, Sr. Mella, orden.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Está bien. Si vosotros considerabais que se hallaba en vuestras manos la legitimidad, que no es así, hubiera sido más patriótico, hubiera sido más noble que hubieseis hecho lo que han hecho los llamados legitimistas en otros países, que ha sido mantener su derecho con dignidad, protestar, pero no promover dificultades ni traer guerras civiles a su Patria. Si hubieran seguido esa conducta los carlistas habrían sido muy apreciados pero con lo que han hecho se han enajenado las simpatías de esta Nación. (Protestas por parte de la minoría carlista.-Confusión.-El Sr. Presidente agita la campanilla, llamando repetidas veces al orden.)

Yo no os he atacado por vuestra inconsecuencia; al contrario, lo que yo lamento es vuestra consecuencia.

Por lo visto, tenéis la epidermis muy fina, porque vosotros os podéis levantar todos los días a atacar violentamente al Gobierno y despiadadamente a la mayoría y a todo el partido liberal, llamándonos una porción de cosas de mejor o peor gusto, y en el momento en que a vosotros se os dice algo, os incomodáis, os alborotáis. (El Sr. Barrio y Mier: Cuando es injusto lo que se nos dice.) Pues bien; si no os incomodáis, yo os diré que lo que deploro y lamento es vuestra consecuencia y vuestro error. y no os irritéis por eso, porque a nosotros nos atribuís muchos errores, y yo a vosotros no os atribuyo más defecto que ése, el de insistir en vuestras ideas, que ya han pasado. (El Sr. Barrio y Mier: Volverán.) ¡Desgraciado país si eso ocurriera! Pero, en fin, si os conformáis con esa esperanza y con esa ilusión, yo no os la quiero quitar; buen provecho os haga, y esperad sentados.

El Sr. PRESIDENTE: Se suspende esta discusión.



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